Nature Prácticas de manejo para minimizar los factores de estrés en vacas en transición.

Prácticas de manejo para minimizar los factores de estrés en vacas en transición.

GANADERIASOS
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 Quizás te estés preguntando qué tiene que ver este antiguo enigma (”¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?”) con las vacas lecheras. En el contexto de estas vacas, el enigma podría modificarse para preguntar: “¿Qué fue primero, la inflamación o la enfermedad?” Un artículo de revisión publicado recientemente en el Journal of Dairy Science (Horst et al., JDS 104:8380, 2021) ha puesto en duda nuestra comprensión de los problemas de enfermedades posparto en la vaca lechera. 


Photo Credit Penn State Extension 

Estas enfermedades son una plaga para la producción lechera, ya que provocan pérdidas significativas en productividad, reproducción y economía. La pérdida económica por disminución en la producción de leche es solo la punta del iceberg cuando se evalúan las pérdidas totales. Las pérdidas financieras totales asociadas con enfermedades periparto incluyen leche descartada, honorarios veterinarios, mayor carga laboral, medicamentos y descarte prematuro de animales. Además, el desempeño reproductivo posterior también se ve afectado. Encuestas han sugerido que más del 50% de las vacas lecheras experimentan al menos un evento de enfermedad desde el parto hasta seis semanas después, lo que revela un área con gran potencial de mejora. La variabilidad entre fincas en la incidencia de enfermedades indica que esta métrica debería ser parte de las evaluaciones del manejo de vacas en transición.

El período de transición, definido como las tres a cuatro semanas antes y después del parto, ha sido extensamente estudiado en los últimos treinta años. A pesar de los avances en nutrición y manejo durante esta etapa, aún no se han resuelto completamente los problemas asociados con enfermedades periparto. Una frustración constante es la falta de consistencia en la respuesta a los programas aplicados.

La mayoría de las investigaciones se han centrado en la liberación excesiva de grasa corporal en forma de ácidos grasos no esterificados (NEFA) y en la producción elevada de cuerpos cetónicos (como el beta-hidroxibutirato, BHB), lo cual lleva a cetosis, hígado graso, desplazamiento del abomaso e inmunosupresión. Esta última se ve exacerbada por hipocalcemia (o fiebre de leche), lo que aumenta el riesgo de retención de membranas fetales, mastitis y metritis. La liberación de NEFA se ha relacionado con un balance energético negativo debido a una ingesta insuficiente de energía frente a las pérdidas por calostro y leche. Cualquier factor que disminuya la ingesta de materia seca agrava esta situación, incrementando la movilización de grasa. Se sabe que la condición corporal afecta la ingesta: vacas sobrealimentadas consumen menos y pierden más condición después del parto, lo cual perjudica su desempeño reproductivo.

Las recomendaciones prácticas han consistido en controlar la ingesta de energía antes del parto para evitar estos efectos negativos, así como reducir la prevalencia de hipocalcemia, mediante ajustes en la dieta como el contenido de calcio o la diferencia catión-anión (DCAD). Sin embargo, aunque ha habido una reducción parcial en la hipocalcemia, los problemas de salud en vacas en transición no han disminuido de forma significativa.

Entonces, ¿cómo cambia esta revisión nuestra perspectiva? Básicamente, los autores sugieren que estamos abordando el origen de los problemas desde un ángulo equivocado. Argumentan que la movilización de grasa y la producción de cuerpos cetónicos son adaptaciones metabólicas normales para sostener la lactancia. Citan ejemplos intrigantes de ballenas, focas y otras especies que no se alimentan durante la lactancia y pierden más del 30% de su peso corporal. Aunque estos autores no discuten la diferencia en la composición de la leche entre estas especies y las vacas, sí destacan que la leche de focas y ballenas contiene más del 50% de grasa, 12% de proteína y apenas 0.7% de lactosa, lo que implica necesidades de glucosa distintas para la producción de leche.

La propuesta de este nuevo paradigma radica en el papel de la respuesta inmune: su activación posterior a la enfermedad altera las adaptaciones metabólicas normales de la lactancia. El gran problema sería cómo mantener disponible la glucosa para sostener tanto la producción de leche como una respuesta inmune activa. Los autores presentan evidencia del alto costo metabólico de mantener esta respuesta, lo que amplifica las alteraciones fisiológicas como niveles elevados de NEFA, cetonas y desequilibrios del calcio. Esta noción no es del todo nueva: ya en 2008 Bertoni y colegas demostraron que vacas con mayores condiciones inflamatorias tenían más riesgo de sufrir enfermedades posparto y problemas reproductivos. Lo que no está del todo claro es por qué las vacas que enferman presentan menor ingesta de materia seca antes del parto, en comparación con aquellas que no enferman. Algunos estudios sugieren que la activación del sistema inmune suprime la ingesta de alimento, incluso más que los niveles elevados de NEFA o BHB. Entonces, ¿qué provoca esta activación inmune previa a la enfermedad?

Por ahora, no hay una respuesta definitiva. No obstante, se sabe que factores como el estrés por calor, hacinamiento o disturbios jerárquicos pueden desencadenar una respuesta inflamatoria. También pueden hacerlo la inflamación intestinal causada por cambios dietéticos, acidosis subaguda, presencia de micotoxinas o restricciones alimentarias. Aunque esta nueva perspectiva podría parecer que sacude los fundamentos, el foco permanece: aplicar buenas prácticas de manejo para reducir los factores de “estrés” que disminuyen la ingesta de materia seca y, en consecuencia, provocan enfermedades que perturban las adaptaciones metabólicas necesarias para la transición de la vaca entre gestación y lactancia.

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