El fomento a la protección y conservación del bosque nativo en áreas de producción láctea forma parte de las acciones dispuestas por un estándar de sustentabilidad impulsado por el Consorcio Lechero, que aborda un total de 156 acciones.
La plantación de árboles nativos en predios productores de leche de la zona sur de Chile está contribuyendo a que esta tradicional actividad económica mejore su capacidad de adaptación y resiliencia ante el cambio climático. Redes, conjuntos agrupados en forma de isla o remanen-tes de vegetación endémica de nuestro país, son utilizadas en las periferias de las zonas de pastoreo, con importantes beneficios para los planteles, señalan representantes del Consorcio Lechero.
Especies tales como: roble, coihue, laurel, ulmo y las mirtáceas (como el arrayán) y el canelo, entre otras, forman parte de una estrategia de manejo sustentable de los predios, y que entre sus positivos impactos tiene la protección de los suelos, la disponibilidad de sombra para los animales y el equilibrio de la biodiversidad del los ecosistemas, valora la coordinadora del área de sustentabilidad del organismo, Natalie Jones.
“Nuestro propósito es promover la protección, restauración y conservación los ecosistemas nativos que tienen los predios. Si lo comparamos con otros sistemas productivos en países más desarrollados, somos uno de los países que todavía conserva el bosque nativo en los predios. Gracias a la regulación que existe en Chile, esto nos permite conservar también los servicios ecosistémicos que estos nos entregan”.
El fomento a la protección y conservación del bosque nativo en áreas de producción láctea forma parte de las acciones dispuestas por un estándar de sustentabilidad impulsado por el Consorcio Lechero, que aborda un total de 156 acciones en los ejes social, económico y ambiental. Un tercio de estas medidas busca aportar al ámbito del bienestar animal, entre ellas la de bosque nativo.
Jan Köster, especialista de Aprobosque, una asociación gremial de propietarios y profesiona-les que gestionan sus bosques nativos bajo criterios de producción sustentable, señala que históricamente el manejo de las especies endémicas ha sido un complejo desafío para la acti-vidad agrícola y ganadera, un fenómeno que no solo es característico de nuestro país. El ma-yor ejemplo de ello es lo que ocurre en el Amazonas brasileño.
Sin embargo, este ingeniero forestal con larga experiencia en este ámbito cree que es posible modificar las premisas que han sido tradicionales en este tipo de actividades, obteniendo be-neficios de diversa índole.
“Y una de las maneras de revertir esto es mostrarle a los productores que el manejo sustenta-ble del bosque nativo puede tener beneficios, económicos o de bienestar animal, si se realiza de forma profesional. Hemos impulsado experiencias recientes en las que hemos extraído la quila ( una especie botánica de gramínea de la misma subfamilia del bambú que crece en la región biológica de la selva valdiviana) para apurar este proceso. Una vez plantamos árboles nativos, el bosque queda de nuevo revitalizado”, destaca Köster.
De acuerdo a los firmantes del Acuerdo de París, la resiliencia se relaciona con la capacidad de proteger a las personas, los medios de subsistencia y los ecosistemas, por lo que repre-senta un componente clave de la respuesta mundial a largo plazo ante la crisis climática. En Chile, según investigadores adscritos al Centro de Ciencia del Clima, la resiliencia es la capaci-dad de los individuos y comunidades para resistir, absorber, adaptarse y recuperarse frente a perturbaciones en su entorno.
Sombra, CO2 y biodiversidad
La industria de la leche es uno de los primeros rubros de la economía chilena en suscribir un mecanismo de producción limpia, como parte de los compromisos del país para mitigar sus emisiones de gases de efecto invernadero y avanzar hacia la carbono neutralidad. Los siste-mas productivos locales se caracterizan por entornos que mantienen su biodiversidad, alimen-tación basada en pastoreo y sólidos estándares en inocuidad, entre otros atributos.
Natalie Jones detalla que el estándar de sustentabilidad que promueve el Consorcio Lechero dispone de un eje de gestión de biodiversidad. Entre sus acciones se incluye mantener vege-tación que permitan conectar las áreas de vegetación nativa dentro del predio (islas de vege-tación nativa, red de árboles islas, remanentes de bosque nativo, etc). Su existencia contribuye a conectar las estructuras de bosques, evitando su aislamiento, y consolidar la existencia de corredores biológicos.
El documento exige que al menos un diez por ciento de la superficie de la lechería esté ocupa-da por bosque nativo, humedales u otros ecosistemas característicos del país. También se recomiendan acciones de capacitación en el tema para trabajadores, línea base de ambiental e identificación de áreas de alto valor ecológico en el predio y medidas para la erradicación de especies invasoras y exóticas, entre ellas el bisón. Según Jones, la conservación del ecosistema nativo otorga a los predios una mayor capacidad de resistir los cambios, una cuestión crítica en la era de la crisis climática. “Al haber mayor va-riabilidad de especies hay, en definitiva, una mayor resiliencia del sistema en su conjunto. Los servicios ecosistémicos van desde el insecto que ataca una plaga hasta la capacidad de disminuir la evaporación de agua, pasando por la disponibilidad de sombra para los animales”.
Un trabajo elaborado por el Consorcio Lechero y organismos asociados determinó que de las ocho macrozonas donde se produce leche en el país –ubicadas entre las regiones de Valpa-raíso y de Los Lagos– las horas del año donde se establecen condiciones de estrés calórico (altas temperaturas y elevada humedad) oscilan de norte a sur entre las 1335 y las 194. Y es que el escenario del calentamiento global se presenta como un enorme desafío productivo pa-ra la actividad, exponen desde la institución.
El incremento de las temperaturas –con picos superiores a los 30 grados Celsius entre las re-giones de La Araucanía y Los Lagos en los últimos veranos– representa una amenaza al bie-nestar animal al generar un fenómeno conocido como “estrés calórico”. A diferencia de los se-res humanos, las vacas tienen una mayor sensibilidad a estas condiciones, y sobre los 22 grados y el 50 por ciento de humedad, ya comienzan a percibir las consecuencias de no po-der eliminar el calor corporal ante la combinación de temperatura y humedad.
Jan Köster, quien es también vicepresidente de Aprobosque, explicó que el proceso de refo-restación de predios consiste en cercar las praderas para evitar que los animales productivos alteren la composición del suelo y se mantenga su riqueza. Con esto, se promueve el regreso de la fauna silvestre y se potencia la captación de gases de efecto invernadero.
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